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La belleza del arte como medio salvífico para el hombre posmoderno
El arte es una de las piedras angulares de la civilización y en la cristiandad adquirirá un sentido trascendente para revelar la verdad

11/05/2022

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El gran escritor ruso Dostoyevski tiene una frase bastante reconocida por muchos y en la que nos hace ver la dimensión de “lo bello” para comprender aquello que es trascendente y verdadero, por encima de lo mediato y material: “La belleza salvará al mundo”.

Pero, ¿No será pedirle en demasía a la belleza el tener como propósito salvarnos? Máxime si en este siglo relativista, líquido y revolucionario ni siquiera se tiene una idea certera o absoluta de lo que en esencia es la belleza, que dicho sea de paso, es un concepto alterado por algunos ideólogos, pretendiendo con vileza, deformar por completo su contemplación.

En nuestro siglo esquizofrénico también se logró transformar la belleza en una especie de ocio moderno que llaman “entretenimiento” y que se caracteriza por lo vulgar e irrelevante e incluso por aquello que no permanece, que es efímero. En nuestras ciudades modernas, contrastadas con las antiguas urbes es fácilmente perceptible lo anterior y peor aún en los templos contemporáneos, los cuales, antagonizan con los antiguos. Más que nunca es una necesidad urgente el hecho mismo de reeducar a la sociedad hacia el sentido delicado de lo armonioso. 

Debemos admitir que fácilmente caemos en una especie de nostalgia de lo bello que no se encuentra fácilmente, puesto que quizás, tal objeto, estructura u obra es singular e irrepetible, adquiriendo un valor aún más relevante y significativo. Por ello la belleza es irrepetible e incorruptible pero fácilmente perceptible. 

Todos experimentamos la atracción de lo bello puesto que es intrínseco a nuestra naturaleza y no solo cuando miramos un paisaje, admiramos con capacidad de asombro la perfección de la creación e incluso cuando, enamorados, captamos con verdadera admiración a esa persona que consideramos hermosa de cuerpo y alma. También desarrollamos esa necesidad de la belleza en el entorno donde vivimos, ya que nos cautiva y causa gozo como si se tratara de una especie de plenitud que no se queda únicamente en las sensaciones, sino que cala muy hondamente en nuestro ser, es decir, toca nuestra estructura biológica, sensitiva, racional y psíquica y también nuestro ser cultural y social.

Si tratamos de definir la belleza, nos asociarán con lo que llaman “la gran teoría”, o sea, una hipótesis arcaica que ya no sirve más porque los académicos de “relativilandia” han decretado que es una realidad exclusivamente subjetiva, sin embargo, esta mera opinión cae delante de un análisis cuidadoso, científico y sobre todo sin prejuicios ideológicos.

Por lo tanto la belleza de la que hablamos no compete únicamente a aquella que está bajo el orden natural, sino que también compete a aquel tipo de belleza creada por el ser humano, es decir, las cosas hechas con arte expertiz.

El artista tiene la capacidad de disponer de diversos elementos como los colores, las formas e incluso los sonidos, volúmenes, texturas, luces o palabras, creando así una nueva configuración en la que brota ese algo que atrae, como abejas al polen, a los sentidos y a las almas.

Así la belleza surge del sentido esencial de “la cosa bella” e incluso va más allá de las características tangibles. Existen por tanto, estructuras sensibles, naturales o artificiales que inspiran el deseo de alcanzar lo sublime, lo que nos deleita una y otra vez, de ser envueltos por un atributo que se nos ofrece gratuita y desinteresadamente. Tampoco lo bello es el placer que causa lo contemplado. Por ello la cuestión de la belleza tanto en la historia como en las bellas artes se ha asociado a aquello que causa gozo, por lo que se podría pensar que la belleza es el esplendor del ente, signo de una plenitud de integridad intrínseca.

La belleza es por lo tanto una propiedad real y objetivamente presente en la realidad en modo análogo porque hay algo común en las cosas bellas, a su vez que hay algo diverso y gradual. Al ser un concepto análogo y universal, solamente se le puede describir junto con la verdad y la bondad, por lo cual todos sin excepción podemos percibir la Belleza (con mayúscula). Esa Belleza es Dios mismo.

Por ello el artista está llamado y es responsable de trabajar en estas propiedades que permiten la “emergencia” de la Belleza, mirando dentro de sí lo Verdadero y Bueno, porque la belleza natural y artificial capacita al alma humana a tener una sensibilidad distinta, que fascina y atrae hacia sí y ello indica que detrás de la belleza se esconde algo más que está latente en ella.

Entonces, ¿Verdaderamente podrá la Belleza salvar al hombre de su destrucción? Dios Uno y Trino precisamente es Quien se esconde en esa belleza y es en sí la misma Belleza que puede salvar al hombre-masa de la barbarie, de una decadencia apabullante, de la mediocre vulgaridad que lo ha vuelto esclavo de los placeres, de una aparente diversión que le distrae y simula la existencia, sometiendo su conciencia a un letargo que lo conduce a la fealdad del alma. Pero la Belleza puede salvar al mundo al manifestar la Verdad.

Es menester recordar que hay una relación recíproca entre el arte, la cultura y la vida humana. El gran arte cargado de la belleza engendra vida y razón, en cambio lo decadente intoxica y termina matando silenciosamente al alma.

Por ello las grandes obras de arte pueden ser instrumentos totalmente oportunos e incluso necesarios que eleven nuestra alma y nos aproximen gradualmente al esplendor de la Verdad, superando el poder de los sentidos, porque nuestro ser está preparado para recibir ese resplandor, esa Luz que triunfa sobre la oscuridad, es decir, la lumens manifestans (luz que hace ver la Belleza). Por ello la Belleza ilumina y da claridad al alma, le da plenitud. La Belleza es novedad que nunca pasa, que no muta, aunque la modernidad escéptica quiera ocultarla o disfrazarla. 

El ser humano naturalmente goza con la luz de la Belleza no solamente a través de los sensitivo sino también y de un modo más genuino en aquello racional o más espiritual. Y es que el resplandor de la luz es lo adecuado al alma, no las tinieblas y tanto busca la luz como algo necesario que le acompañará como atributo propio hasta en el Cielo. La teología nos enseña que los cuerpos de los santos resplandecerán porque en ellos redunda la gloria del alma que se une a Dios y que se ha dejado envolver por su luz. Los santos son precisamente esa obra de arte que permite admirar cuán eficaz es la Belleza para redimir la frágil condición humana.  

Queridos amigos, que la belleza resplandeciente de las obras de arte nos ilumine el alma, clarifique la cultura y la sociedad, permitiéndonos de este modo, pregustar algo del futuro glorioso que nos aguarda Aquel que es Bueno, Bello y Verdadero.

En las próximas entregas iremos redescubriendo cuál es la vocación, misión y utilidad del arte desde la óptica de la Fe.

<a href="https://inquisitivo.net/autor/luis-hernandez-solano/" target="_self">Luis Hernández Solano</a>

Luis Hernández Solano

Docente de Historia y Geografía con 14 años de experiencia. Trabaja actualmente en el Complejo Bilingüe Nueva Esperanza en Heredia, Costa Rica. Pintor de Arte Sacro. Numismático. Miembro cooperador de la Comunidad Seglar de Cristo Rey de Costa Rica.

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