La convivencia con las personas que poseen alguna condición de discapacidad no es un asunto moderno, pues las mismas existen desde los primeros momentos de la humanidad. Así lo leemos en distintos pasajes de las Sagradas Escrituras, al recordar a los personajes sanados por Jesús, como el hombre paralítico o el hombre ciego. Sin embargo, su papel en la sociedad ha ido evolucionando, como ya lo iremos viendo más adelante en una serie de artículos, pues la discapacidad ha sido percibida desde distintos modelos sociales a través de la historia, los cuales, la mayoría, han cambiado para bien, a pesar de no verse librados de las influencias de las nefastas ideologías “incluyentes” de hoy en día.

Ahora bien, ¿Cómo comprender la discapacidad desde una visión cristiana, con especial caridad fraterna, pero sin una especie de “idealización” absurda? ¿Cuál es el llamado de estas personas para trabajar a favor de la Cristiandad? ¿Qué papel pueden y deben de tener dentro de la Iglesia? Son preguntas cuyas respuestas debemos conocer, retomando el ejemplo del paralítico y sus amigos en las Sagradas Escrituras, para colaborar en darles el lugar que el Buen Dios ha querido que tengan en esta vida terrena y llevarles a la Verdad, pues al ser criaturas, y aquellos bautizados, hijos suyos, han sido pensados desde toda la eternidad para alcanzar también la bienaventuranza celestial. La pueden y la deben conseguir, ya que, como la Santa Doctora afirma:

«¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella; por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno».

Santa Catalina de Siena, Il dialogo della Divina providenza, 13