Steven A. Richards vivió como una mujer durante 8 años. Él cuenta en su blog que desde pequeño tuvo un listado de afecciones que, al no ser tratadas desembocaron en una profunda disforia de género.
Hoy sabe que nunca podrá ser el que era y advierte a todos los públicos sobre la perversión trans. Especialmente, sobre su verdadero objetivo, “la autoaniquilación”.
Sus problemas iniciaron en su adolescencia, en primer lugar las agresiones que sufrió su madre cuando él era pequeño. Después llegó el acoso y abuso sexual en la escuela. Llegó el turno del diagnóstico del TOC y del autismo. Y finalmente, el autoconvencimiento de que, aunque “nunca había participado en una pelea”, como hombre blanco era “directamente responsable de la opresión que sufrieron las mujeres y personas de color”.
“Creía que haber nacido en mis circunstancias me convertía en un monstruo, que todos los hombres eran malvados y que todas las mujeres eran virtuosas”, relata.
Con 15 años, estaba convencido de que su cuerpo era su “enemigo”. También lo era “del mundo” y se declaró transexual.
“Me odiaba y quería castigarme a mí mismo. No podía dejar de ser blanco, pero tal vez si podría dejar de ser hombre”, relata. El primer paso fue acabar con “el veneno” que corría por su propio cuerpo, la testosterona.
Con 15 años comenzó a tomar Lupron, un quimioterápico usado para detener la pubertad. A los 16, comenzó a tomar estrógeno sintético. Lejos de funcionar, todo empeoró.
“La medicación me hizo sentir peor, no mejor. No podía pensar con claridad. Empecé a faltar a la escuela. Desarrollé migrañas crónicas. Me dolían los huesos. Empecé a tener tendencias suicidas y casi no pude graduarme de la escuela secundaria”.
Pese a que cada vez se sentía peor, paralizar la transición significaría que su cuerpo se masculinizaría y esto le aterraba. Con 19 años, ya ni si quiera le importaba ser mujer. Solo deseaba acabar con el odio a sí mismo con que se despertaba cada mañana, fue así que decidió realizarse una orquiectomía o lo que es lo mismo, “una castración”:
“Quería que me extirparan los testículos, la fuente de testosterona, la fuente del veneno y símbolo de todo lo que odiaba”.
Dos años después fue consciente de la realidad: “La transición nunca me iba a curar. No pude obligarme a creer la mentira de nuevo”.
A día de hoy, Steven continua teniendo pesadillas donde se ve corriendo y gritando pidiendo que arreglen su cuerpo y que vuelva a ser como era. Durante años después de la operación, sufrió una “disonancia cognitiva severa” en la que su realidad y sus creencias sobre el resultado de su operación entraban en un conflicto cada vez mayor.
“Finalmente tuve que admitir lo que había ocurrido. No me había curado, me había arruinado y nunca recuperaré lo que perdí. Me he vuelto completamente dependiente de la industria farmacéutica para la testosterona artificial, que nunca será tan buena como la real. Aceptar lo que perdí ha sido lo más difícil que he hecho”, lamenta.
Dada su terrible experiencia ha decidido dedicarse a destapar las verdaderas intenciones de los lobbies de género y la llamada “transición”.
Esta, explica, “nace de la ideología, el odio hacia uno mismo, el trauma y la manipulación por parte de extraños en internet. Los adolescentes homosexuales, los autistas, las personas con discapacidad mental y las víctimas de violencia sexual son los más afectados. Los inversores farmacéuticos y cirugía plástica se están enriqueciendo con la carnicería, la mutilación y la esterilización masiva de estas poblaciones vulnerables y traumatizadas. Los médicos y terapeutas que ayudan a las personas en transición no brindan atención, sino que permiten la autolesión y practican la eugenesia”.
Los más vulnerables, niños, personas traumatizadas y enfermos mentales son los principales perjudicados:
“Se les dice que su infelicidad es el síntoma de la disforia de género y que el tratamiento consiste principalmente en medicamentos y cirugía no probados pero altamente rentables, se les dice que si no reciben este tratamiento, van a morir por suicidio. El movimiento trans crea una epidemia de suicidios y luego se vende como la solución“. “No es la autorrealización. Es autoaniquilación“.
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